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Belleza demacrada: Fallout 3

La Guerra. La Guerra nunca cambia.

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Según entraban los créditos de apertura del Fallout 3 de Bethesda, la reconocible voz de Ron Perlman pronunciaba una precisa e irrefutable crítica sobre la humanidad.

"Desde el amanecer de la especie humana, cuando nuestros ancestros descubrieron el poder letal de la roca y el hueso, la sangre se ha derramado en nombre de todas las cosas, desde Dios, a la justicia, a la simple cólera psicótica".

Pinta un retrato del mundo que estamos a punto de conocer. Alto y claro.

Fallout 3
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Aunque no hubo muchos escépticos cuando Bethesda anunció que visitaría la franquicia clásica Fallout, algunos fans de los originales isométricos estaban poco contentos con el radical cambio de perspectiva. Mientras que algunos quedaron completamente insatisfechos con la aventura que resultó, la mayoría estuvimos más que contentos con lo que habían conseguido en lo que sigue siendo aún hoy uno de los mejores RPG de la generación: Fallout 3.

Comenzó con un nacimiento. Aparición en el mundo y otra voz familiar (Liam Neeson esta vez). A través de una infancia acelerada conocimos las mecánicas que nos servirían para abrirnos camino a través del paramoso DC del futuro.

Quitando las políticas internas de la Vault y la genial introducción a las mecánicas de elección, el primer momento para quedarse boquiabierto vino cuando aquella parte de tutorial del juego terminaba y aparecíamos en el mundo otra vez. Sólo que ahora era desde nuestro hogar, santuario y prisión -Refugio 101- ante las ruinas de Washington.

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Ese momento, escalando hasta lo alto de la roca bajo la que la casa de nuestra infancia se cobijó, contemplando un enorme mundo repleto de desoladores detalles y bella destrucción. Verdaderamente es una de las memorias para conservar de la última generación de juegos.

Era un mundo rebosante de vida, pese a su pasado radioactivo. Megatón, el reducto más cercano de la humanidad, revelaba un adelanto de los dilemas a los que nos enfrentaríamos durante nuestra aventura. Y aunque servía de pista, para nada se acercaba a sugerir la profundidad y amplitud de los desafíos que llegarían.

Encontraríamos un compañero canino, masacraríamos esclavistas (o nos convertiríamos en uno), nos enfrentaríamos a lo establecido, resolveríamos viejas disputas y exploraríamos más áreas grises de la conciencia que con casi ningún otro juego. Nada era blanco o negro -no existían las certezas- únicamente elecciones que irían dando forma al mundo. Hacías lo que creías que había que hacer, ya fuera encontrando la victoria mediante la diplomacia o la conquista vaciando el cargador de tu arma.

Fallout 3

El sistema V.A.T.S. nos permitía deleitarnos en la gloria gore de nuestros triunfos. La multitud de enemigos exigía perfeccionar nuestras habilidades, escoger los momentos oportunos. Los PNJ nos planteaban dilemas para exprimirnos los sesos, y cuestionaban nuestra moralidad en numerosas ocasiones. Eramos capaces de moldear nuestro personaje en cualquier dirección que nos resultara apropiada: el mundo era nuestro ostión mutado.

Fallout 3 ofreció una plétora de increíbles experiencias, algunas más memorables que otras, pero ninguna se puede evocar de forma tan definida como aquel primer momento, cuando se descubría la auténtica escala de la obra de Bethesda y salíamos de nuestro Refugio. Era un mundo enorme, letal y violento. Con cicatrices, bello aun así. Totalmente obligatorio de conocer y, en cuanto a planteamientos post-apocalípticos, todavía por superar.

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ARTÍCULO. Autor: Mike Holmes

"La sangre se ha derramado en nombre de todas las cosas, desde Dios, a la justicia, a la simple cólera psicótica".



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